No hay espacio
suficiente para pasar. Entrando a Ciudad Universitaria, un hombre en el suelo,
recargado sobre su mochila “de campamento” –por su enorme tamaño– entorpece el
paso para abordar el Pumabús. Tiene los dedos lacerados y, entre las piernas,
un montón de latas vacías. “Mira qué basurero”, dice algún indignado que
intenta pasar por ahí, sin conseguirlo.
Lo que algunos
llaman “basura” ha sido su materia prima en los últimos ocho años. Brian es un
joven –aunque no lo parezca– que vive en la calle desde los 17, cuando dejó su casa "casi cuando iba a terminar la vocacional" en
el CECyT No.7 del Instituto Politécnico Nacional. Desde entonces, su mochila es
la relación más estable que ha tenido: lo acompaña con una cobija, artículos de
aseo personal, una botella con agua, noventa pesos y su necesidad de no dejar
de andar.
En un compendio
publicado por Ednica, organización no gubernamental encargada de trabajar con
comunidades en situación de calle, se define a los menores y jóvenes en
situación de calle como “todo aquel individuo entre 0 y 29 años de edad que
suele ser expulsado o que abandona su hogar (...) por las condiciones de
vulnerabilidad en las que se desenvuelve”, esto es por situaciones de maltrato,
violencia o abandono.
Tal es el caso de
Brian, un estudiante de la vocacional que prefirió distanciarse de su núcleo
familiar tras presenciar, sin remedio, episodios de violencia asociados a la
llegada de la nueva pareja de su madre.
Ahora forma parte
de un grupo social, como el de sus amigos de secundaria, con quienes comparte
una “cultura callejera”: esa realidad compleja que describe las condiciones que
llevan a los jóvenes a apropiarse de un espacio público, así como las
prácticas, hábitos y discursos que comparten y que les permiten construir su
propia realidad en la calle.
De cabello negro
crespo y rizado, tez morena y un rostro de ímpetu deteriorado a ratos por la
calle, Brian, como otros jóvenes en su situación, ha vivido un proceso
prematuro de desocialización, y envejecimiento causado por las condiciones de
vida en calle, tal como lo señala Alí Ruiz Coronel, doctora en antropología e
investigadora de grupos de niños y jóvenes en situación de calle en el Centro
de Ciencias de la Complejidad, a través del concepto “fragilidad”.
La fragilidad es el deterioro en la salud a causa del envejecimiento. En el contexto de situación de calle, significa que los jóvenes envejecen prematuramente por las condiciones en que viven.
Brian trabaja en la
calle. Ocupa lo que fueron contenedores metálicos de refresco, y algunos otros
de una espumosa bebida color ámbar, para que sus manos los transformen en
“adornos florales” de diferentes colores. Gracias a cortes en tiras y dobleces,
da forma a flores que sobresalen de la base cilíndrica de las latas, como si
fueran floreros; todo de metal, en diferentes estilos y tamaños. Aprendió a
trabajar las latas gracias a su amigo “N” que conoció en la calle, "afuera de un Seven", dice.
Desde que terminó el bachillerato se ha ocupado en vender flores de metal en las calles y también en viajar por varios estados de la República. Ha sido huésped en las calles de Puebla, Querétaro, Nayarit, Oaxaca, Sonora, Guerrero, Veracruz, y Aguascalientes. El amor "a sus flores" le ha permitido viajar, comer, vivir. No obstante, su condición nómada le ha cobrado factura: constantes dolores en la espina dorsal, y una tos que a veces no lo deja ni dormir, comenta.
También se dedica a
recolectar la comida que "es un desperdicio" en las tiendas de
autoservicio, y en los supermecados: "siempre tiran comida que todavía saber rico... ando afuera de los Seven también, ahí siempre dejan algo qué comer", agrega. Colecta la mayor
cantidad de comida que encuentre en lo que llaman “desperdicio”, y luego la
reparte con quienes "todavía no saben ganarse la vida": los niños pequeños que apenas comienzan a vivir solos en la
calle.
A pesar de que
algunos especialistas aseguran que las condiciones de vida en calle afectan la
salud física y mental de los jóvenes, Brian aún goza de buena salud mental,
pues “es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones
normales de la vida, trabajar en forma productiva y fructífera y es capaz de
hacer una contribución a su comunidad”, tal como lo señala la doctora en
psicología Susana castaños Cervantes.
Brian niega haberse
dedicado a robar. Aprovecha "el capitalismo propagado en las calles", y a algunas de sus creaciones les deja rastros
de los nombres de las bebidas para que la gente asocie las marcas que llevaban
como logo y puedan animarse más a elegir alguna de sus figuras. Y funciona,
dice. El trabajo de Brian es considerado por algunos investigadores en el tema
como una forma de ejercer un comportamiento autónomo a través de la
satisfacción de sus necesidades.
Más de una vez han
tratado de llevarlo "a los separos", dice: "siempre que uno viva en la calle, va a ser tratado como delincuente, aunque no lo sea", explica mientras
enrolla en un papel cualquiera algunos gramos de mariguana que compró el día de
ayer. Esto habla de otra de las características de la “cultura callejera”,
donde la gente tiende a “estigmatizarlos con miedo o lástima”, generalmente, en
función de su apariencia y su comportamiento.
Los jóvenes en
situación de calle como Brian, muchas veces, son invisibilizados por la
sociedad a pesar de formar parte de la cotidianidad en la Ciudad de México.
No hay espacio
suficiente para pasar. Entrando a Ciudad Universitaria, Brian, sentado en el
suelo, entorpece el paso para abordar el Pumabús.