lunes, 1 de agosto de 2016

Silencios que también 'hablan'

“No me cuelgues”, responde cada vez que le sugiero que ya se deje vencer por el sueño. Inagotable fuente de emociones atrapadas en una llamada telefónica. A decir verdad, dudo que alguno de nosotros se atreva a conceptualizar la situación; pero eso no importa mientras el tiempo corre.

Más de una vez sentí que se arrepentía, pero después entendí que es parte de esa ternura involuntaria que emana con cada frase que se resbala por sus labios. Es menos cursi de lo que parece; es casi una insinuación, una invitación a encontrar formas de compartir un ratito más, de alargarnos el día.

La plática más trivial se convierte en un trato de amistad, de completa sinceridad sin apariencias. Pasamos de un tema a otro, de un momento a cualquier lugar; casi como si fuéramos saltando entre nuestros lunares, completando con silencios los espacios que para algunos parecen vacíos.

Las yemas de nuestros dedos casi pueden palparse mientras nos quedamos quietos en la distancia. Apuesto a que haríamos fricción al sostenernos de las manos. Volvemos a las películas y a las risas, a las incertidumbres y los escalofríos. Nos entendemos, y mantenemos la calma aún después de el minuto 26 de la tercera hora de nuestra llamada.

Si tuviéramos que contar ese tiempo con palabras, ni siquiera nos alcanzarían. Somos cómplices de las incongruencias intencionales y de las certezas emocionales. Me gusta poner atención en su respiración, porque esos son los verdaderos regalos de la vida, y de las personas antes de amanecer.

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