miércoles, 9 de mayo de 2018

Realidad de película.

Corrimos con fuerza. Creo. No había cansancio, ni frío. El miedo a morir en manos de unos delincuentes fue el despavilo de aquella mañana.

Llegamos a una avenida llena de autos y pánico matutino. No sabíamos si voltear, no sabíamos si irnos. No sabíamos si era verdad. El episodio de gritos y golpes fue tan eterno y tan fugaz a la vez... ¿Qué cambió esa mañana? ¿Por qué?

Buscábamos un taxi, sólo queríamos huir. De pronto al fondo de la calle se escuchó el derrapar de unas llantas... Ensordecedor... Incierto. Volteamos casi por instinto, sin medir las consecuencias. No había nadie. No estaba en vehículo del que nos bajaron... No estaba la vida que teníamos antes de ese día.

Las lesiones emocionales eran tan graves como las físicas. Llegamos a una clínica para que atendieran las heridas de las otras... Para pedir ayuda. Para buscar refugio. En un momento todos los desconocidos éramos ya casi una familia. Viajamos juntos, sufrimos juntos, denunciamos juntos.

Muchas preguntas. Muchos temores. Nada de respuestas, nada de señales sobre la familia que fue arrebatada de nosotros. Nada sobre los rostros que la violencia tomó esa mañana. Nada sobre la realidad que sólo concebíamos en las películas.

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