Entre un montón de pelusa. Ahí lo dejaste; vacío, gastado, sin batería. Usado, mal aprovechado, roto. Me costó trabajo mirarlo entre escombros y palabras que ahora son inservibles.
Quise pensar que era un mal sueño, que no era verdad el desastre ante mis ojos; pero entonces te perdí la fe. Eso era lo que había entre nosotros: fe acumulada. Fe de la que te ciega a la razón, de la que termina por hacerte pedazos el corazón.
Parece exageración decir que lo usaste, que fue tu trampolín. Sin embargo, me atrevería a decir que quererte fue como un malvavisco, un antojo, un mal vicio.
Te entregué un cachito de mi ser en una caja, y te sugerí hacer lo que mejor te pareciera con él, porque confiaba en tu juicio; la sorpresa me la llevé cuando lo utilizaste solamente en tu propio beneficio.
Me arrepiento por creerte, por dejarte ser tanto para mí; por pensarte más allá de lo que eras, de lo que era yo para ti. Y ese fue el problema: pensar que eramos algo.
Ante la apariencia y la formalidad, lo fuimos. Ante la memoria y la honestidad, jamás. Un instrumento desechable, que ahora ya no te funciona más.
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